Capítulo 38. Un día hermoso.

Encontré el otro día este "relato" por ahí tirado. Lo hice para la revista de la biblioteca. No es que me guste especialmente, pero os le pongo aquí, para que no penséis que he muerto.
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Era un día hermoso. Las moscas azules zumbaban alegres alrededor de la agradablemente hedionda basura. Su vista recorrió con vitalidad el prado decorado con cándidas pinceladas de estiércol. Era un día hermoso.

Segundos después, su grácil cuerpo enfermo recorría ese trocito de cielo que antes habían recorrido sus vivarachos y velados ojos. Su anhelada meta se encontraba allí al fondo sentado, a la vez adorable y majestuosamente. En un, incluso artístico, hierro oxidado y roto. Hermoso. El sol, astro cálido iluminaba desde lo alto, a las grises nubes con alto contenido en metales pesados. Él, desde su infeccioso trono la miró y la disfrutó acercarse con esa belleza convaleciente. Los harapos definían con gran erotismo voluptuoso famélico cuerpo enfermo de la bella muchacha. Entre dos pétalos de periódico arrugado y con olor a mierda, ella vio el atractivo rosotro, con ese añorable deje de adicto; su misteriosa mirada perdida, su trémula y deseable boca babeante. Se fundieron en un sucio y malolientemente romántico abrazo. Y con todo el amor del mundo compartieron un antihigiénico beso. Tras escupir, con la boca más sucia y desdentada, la palabra regalo, ella enseñó algo hermoso, agradable y vital, cándido-grácil y vivaracho (anhelado), añorable misterioso y deseable. Con la avidez de una pareja de mariposas dieron cuenta de ese algo. Sus narices remataron su artística forma torcida con finos hilillos rojos.

Tras dulces espasmos de seco dolor, los dos yacieron juntos hediondosenfermos velados infecciosos rotos contaminados convalecientes famélicos enfermos perdidos babeantes sucios desdentados torcidos enamorados. Era un día hermoso.
Y aquella noche siguió siendo un día hermoso.